El 7 de mayo no es una fecha menor en la agenda productiva argentina. Se conmemora el Día de la Minería en recuerdo de la sanción, en 1813, de la primera ley de fomento minero por parte de la Asamblea General Constituyente. Aquel hito legislativo no fue casual: en el proyecto de país que comenzaba a gestarse, la riqueza del subsuelo ya se percibía como una fuente estratégica de desarrollo. Más de dos siglos después, la minería vuelve a ocupar un lugar central, aunque con desafíos renovados: ser comprendida, ser legitimada y generar conciencia en la sociedad sobre su importancia estructural y geopolítica.
Por Panorama Minero
La minería no necesita justificarse con frases grandilocuentes. Su aporte es tangible y se refleja con claridad en el entramado económico de muchas potencias, y también en los indicadores locales, que marcan una senda de crecimiento y un interés renovado hacia el exterior.
En Argentina, la actividad representa el 0,82% del Valor Agregado Bruto y el 6,5% de las exportaciones totales, con una impronta federal incuestionable: en 2024, el 81,2% de las exportaciones de San Juan provinieron de la minería, junto con cifras similares en provincias clave como Catamarca (87,8%), Santa Cruz (80,5%) y Jujuy (75,4%). La actividad genera empleo formal de calidad, impulsa cadenas de valor regionales y dinamiza economías que suelen quedar fuera del radar de otras industrias. En lo fiscal, comienza a consolidarse como una fuente creciente de ingresos públicos.
Sin embargo, la actividad sigue enfrentando una narrativa pública fragmentada, aunque con avances sólidos alcanzados en el último tiempo, pero que no logra integrar su verdadero valor ambiental, económico y estratégico para el siglo XXI.
La verdadera oportunidad no está en la ventana, sino en la capacidad del país de animarse, por fin, a cruzarla
A escala global, la minería atraviesa una reconfiguración estructural. La transición energética, la digitalización y la fragmentación del orden internacional han puesto al litio, el cobre, el níquel, el uranio y las tierras raras en el centro del nuevo mapa geoeconómico. Los países capaces de producir minerales críticos —como Argentina— tienen hoy un activo estratégico que no pueden darse el lujo de desaprovechar. Pero ese activo solo se transforma en desarrollo si se combinan tres condiciones: reglas claras, licencia social genuina y capital disponible.
En este contexto, el país está ante un punto de inflexión. Aunque posee un portafolio de más de 180 proyectos en distintas etapas, poco más de una veintena se encuentran en producción efectiva. Durante años, la volatilidad normativa, la presión fiscal poco competitiva y la fragmentación jurisdiccional atentaron contra la previsibilidad que exigen las inversiones de largo plazo. Algunas de esas ventanas al desarrollo se cerraron —al menos temporalmente— por falta de coordinación en el plano interno. Ahora, el nuevo esquema a nivel país ha dado señales de querer corregir estas distorsiones, pero la minería trasciende los tiempos y los decretos, atraviesa la coyuntura eleccionaria o los factores propios de la política interna: se construye con visión de Estado, con comunidades informadas y comprometidas; con capacidad de gestión, alianzas público-privadas y planificación sostenida.
Hacia una agenda más madura
En un análisis de actualidad sobre el sector, dentro de un nuevo 7M, es visible que el desafío para Argentina no pasa solo por atraer inversiones, sino por ordenar el sentido de su identidad minera. En tiempos de elevada efervescencia en el plano geoestratégico, se necesita un consenso técnico y político que reconozca que, bien gestionada, la minería puede ser un vector concreto de desarrollo federal, transición energética e inclusión territorial.
Este 7 de mayo no debe limitarse a ser una efeméride. Es una invitación a celebrar la trayectoria minera del país y, sobre todo, a repensar su futuro con la profundidad y la madurez que exige el contexto actual. Porque si algo queda claro en esta era de tensiones tecnológicas y disputa por los recursos estratégicos, es que los minerales están bajo tierra, sí, pero el verdadero desafío está en la superficie: en nuestra capacidad colectiva de integrar la minería al proyecto-país y convertirla, con inteligencia institucional, en una ventaja competitiva en uno de los momentos más decisivos de nuestra historia contemporánea.