La carrera global por el cobre se acelera, y las proyecciones indican que el mundo necesitará un 70% más de este metal para 2050. Esta cifra, que equivale a sumar anualmente la producción de 20 yacimientos como Escondida, no solo ilustra el tamaño del reto que enfrenta la industria, sino también las enormes oportunidades para los países productores, particularmente en Sudamérica.
Por Panorama Minero
El dato no es menor: fue mencionado por Alejandro Tapia, presidente de Escondida, durante su participación en el World Copper Summit 2025, en línea con un informe de BHP publicado en septiembre pasado y titulado How Copper Will Shape Our Future. Según este reporte, que toma fuentes de analistas como CRU, Wood Mackenzie y S&P Global, la demanda global de cobre superará las 50 millones de toneladas anuales hacia mediados de siglo, frente a las 31 Mt actuales.
Tres motores para el boom del cobre
Se proyecta que serán tres los ejes principales detrás de esta aceleración:
● Crecimiento económico tradicional: A medida que las economías emergentes electrifican sus redes y elevan su nivel de vida, se espera un aumento sostenido en el uso de cobre en infraestructura, electrodomésticos, vehículos y conectividad digital. Solo India, por ejemplo, podría multiplicar por cinco su consumo hacia 2050.
● Transición energética: La electrificación masiva exigida por la descarbonización duplicará la demanda global de electricidad. Esto impulsará el uso de cobre en turbinas eólicas, redes inteligentes, paneles solares y autos eléctricos, que consumen hasta tres veces más cobre que uno convencional.
● Expansión digital: El crecimiento exponencial de los data centers, 5G e inteligencia artificial llevará a un aumento de seis veces en el uso de cobre en este segmento. BHP estima que hacia 2050, los data centers consumirán el 9% de toda la electricidad global.
Producción global: el cuello de botella
A pesar de este impulso, la oferta enfrenta obstáculos estructurales. El informe advierte que la mitad del cobre que se requerirá en 2035 aún no tiene financiamiento ni proyectos concretos en marcha. La disminución de la ley de mineral, el envejecimiento de las minas actuales y los desafíos sociales y ambientales en nuevas jurisdicciones elevan los costos y los plazos.
Incluso con un mayor reciclaje (se espera que el cobre secundario represente el 50% del suministro hacia 2050), se necesitarán al menos 10 Mtpa de cobre adicional de fuentes primarias en la próxima década. El desafío es mayúsculo si se considera que los nuevos desarrollos greenfield enfrentan demoras constantes: BHP identificó que los 30 mayores proyectos aún no desarrollados han postergado su entrada en operación desde 2014.
América Latina, en el centro del mapa
Frente a este panorama, Chile reafirma su rol como actor central, concentrando una cuarta parte de la producción mundial de cobre. BHP, la compañía con mayor presencia en el país, representa el 27% de la producción nacional y proyecta inversiones por US$13.000 millones en la próxima década, centradas en Escondida, Spence y Cerro Colorado.
Por otro lado, Argentina, que comparte la riqueza geológica de la Cordillera pero aún sin minas de cobre en producción, enfrenta un amplio camino por recorrer: ocho megaproyectos —principalmente en San Juan— y cambios clave como el RIGI y la flexibilización parcial del cepo cambiario alimentan el entusiasmo inversor: dinámica que motivó incluso el regreso de BHP al país, que adquirió participación 50/50 en los proyectos Filo del Sol y Josemaría junto a Lundin, hoy bajo el paraguas de Vicuña Corp.
Claves para interpretar el escenario
● La seguridad del suministro será un eje crítico. Las tensiones geopolíticas y la competencia por minerales críticos hacen que el cobre adquiera un valor estratégico.
● La sostenibilidad y trazabilidad del cobre serán diferenciales clave. Los compradores exigirán cada vez más garantías sociales y ambientales.
● Las políticas públicas y la estabilidad regulatoria definirán la viabilidad de nuevos proyectos. Países como Argentina, que buscan reposicionarse como proveedores globales, deberán demostrar consistencia en sus marcos normativos.
Frente a este panorama, el cobre se posiciona en el centro de las transformaciones industriales, tecnológicas y energéticas del siglo XXI. Su demanda está asegurada por grandes tendencias estructurales, pero su disponibilidad dependerá de decisiones políticas, inversiones sostenidas y avances concretos en materia ambiental, social y tecnológica.