El Estado Nacional y la mayoría de las provincias han depositado importantes expectativas en la industria minera. La decisión de avanzar en minería es estratégica, porque esta industria fue el motor de crecimiento, desarrollo y transformación de naciones como Australia y Canadá. La clave reside en que decidir hacer minería supone una serie de compromisos previos, que implican un desarrollo sostenible y sustentable para las futuras generaciones, el compromiso con los ciudadanos en general y con las comunidades en particular.
Sin lugar a dudas, pensar en la actividad minera comienza con una mirada local: atender a la comunidad, a su capacitación y empleabilidad como una inversión a futuro que permanecerá aún después del cierre de mina. El minero es el punto de enclave de una industria que por su tamaño parece ajena, pero se vuelve tan autóctona como lo son aquellos trabajadores que ven progresar sus familias, sus anhelos y proyectos que tal vez habían olvidado hasta que la empresa minera les otorgó la posibilidad de superarse en el lugar que los vio nacer.
La minería, reconocida como Madre de Industrias, representa la oportunidad que los emprendedores, cooperativistas y PyMES regionales encuentran para crecer, para profesionalizarse y alcanzar los estándares que el sector requiere, con el soporte de las empresas mineras.
A su vez, sirve para traccionar otra industria con gran impacto a nivel nacional como la construcción: ella también genera un importante movimiento de capitales que desde el Estado se potencia a través de la obra pública, y tiene a la minería no metalífera como uno de sus proveedores por excelencia. Así, otra vez, la sinergia industrial tiene a la minería como uno de sus principales actores.
Cada día, los mineros generan y traccionan una cadena de valor de tal relevancia que permite el desarrollo armónico de nuestro país, combatiendo desequilibrios históricos.