El nuevo ciclo extractivo expone carencias históricas en conectividad, energía y logística, en un contexto donde Chile ya opera como salida natural para minerales argentinos.
Por Panorama Minero
El debate sobre el desarrollo minero en Mendoza empieza a correrse, lentamente, del plano estrictamente normativo hacia un terreno más estructural: la infraestructura. A medida que los proyectos avanzan en exploración y comienzan a mostrar cronogramas más definidos, aparecen con mayor claridad los límites físicos y logísticos que condicionan la viabilidad real de la actividad. En ese mapa, la provincia enfrenta un desafío que excede a cualquier emprendimiento puntual y que se resume en una pregunta clave: ¿está Mendoza en condiciones de mover minería a escala?
Por ahora, los avances concretos son acotados. Se destaca la ejecución de los llamados caminos productivos en el Malargüe Distrito Minero Occidental, una intervención necesaria para permitir el acceso a áreas de exploración, y el anuncio de PSJ Cobre Mendocino para iniciar los estudios de una nueva estación transformadora y una línea de alta tensión en la alta montaña. Fuera de eso, no hay anuncios relevantes en materia ferroviaria ni definiciones de fondo sobre corredores logísticos de gran escala.
En este contexto, el Sistema Integrado Cristo Redentor aparece como la pieza más crítica y, al mismo tiempo, más subutilizada de la infraestructura regional. Se trata de un corredor que lleva años de deterioro operativo, con problemas recurrentes de gestión, cierres prolongados y una falta de planificación que lo mantiene lejos de su potencial como vía logística estratégica. Sin embargo, es también el sistema que hoy ya cumple un rol minero concreto: por allí circulan las cales sanjuaninas que abastecen a la minería chilena, demostrando que el corredor funciona, aunque de manera limitada, como vector productivo.
Proyectos y actualidad
Esa condición cobra relevancia en el escenario que empieza a perfilarse para la minería argentina. Dos de los tres proyectos metalíferos más avanzados del país se ubican en el sector cordillerano y miran, directa o indirectamente, hacia el océano Pacífico. En el caso de PSJ, su cercanía relativa al sistema lo convierte en un factor clave y en la prefactibilidad se considera enviar camiones con concentrado a través de este paso hacia el océano Pacífico.
Este esquema no es hipotético ni una proyección a futuro: el litio argentino ya está utilizando esta lógica logística. Parte de la producción del norte del país sale actualmente por el norte chileno, a través del Puerto de Angamos, consolidando un antecedente concreto de integración binacional en materia minera y logística. Ese flujo demuestra que, cuando la infraestructura y la gestión lo permiten, la cordillera deja de ser una barrera y pasa a funcionar como un corredor productivo compartido.
Ese mismo rol minero del Sistema Integrado Cristo Redentor no es teórico ni potencial: ya cumple hoy una función logística clave para la minería regional. Por ese corredor circulan de manera regular las cales producidas en San Juan con destino a la minería chilena, un flujo que confirma que la infraestructura existe y es utilizada por la industria extractiva, aun con sus limitaciones operativas actuales. Este movimiento de cargas mineras, que se da desde hace años, expone con claridad que el sistema puede operar como vía productiva y que el problema no es la falta de actividad, sino la ausencia de una planificación integral que permita escalar, ordenar y dar previsibilidad a ese uso minero. No es un debate nuevo. En los últimos años incluso surgieron pedidos para que determinados flujos, como el transporte de cal hacia Chile, pudieran canalizarse por corredores mineros que evitarán el paso por zonas urbanas de Mendoza.
Pero la discusión de fondo sigue siendo la misma: sin una mejora sustancial del Sistema Integrado Cristo Redentor, la minería de gran escala en la región queda expuesta a sobrecostos, demoras y una pérdida de competitividad difícil de revertir.
Sintonía Milei - Kast
A ese escenario estructural se le suma, además, un dato político que podría abrir una ventana poco frecuente en la región. A partir del próximo año podría darse una sintonía política inédita entre Argentina y Chile, en línea con la afinidad ideológica y discursiva que han expresado Javier Milei y José Antonio Kast, y que en términos prácticos podría traducirse en una mayor predisposición para abordar agendas bilaterales largamente postergadas. Entre ellas, la modernización y puesta en valor del Sistema Integrado Cristo Redentor como corredor productivo estratégico.
Esa convergencia, si se materializa en gestión, podría ser clave para destrabar discusiones que históricamente quedaron atrapadas entre la burocracia, los cambios de signo político y la falta de una visión compartida de largo plazo. El sistema integrado requiere decisiones coordinadas en materia de inversiones, operación aduanera, control fitosanitario, gestión invernal y planificación logística, todos aspectos que exceden a una sola jurisdicción y que solo pueden resolverse con voluntad política en ambos lados de la cordillera.
En ese sentido, el momento resulta especialmente sensible. La minería cuprífera argentina comienza a mostrar proyectos con cronogramas concretos, mientras Chile mantiene una estructura logística madura y orientada al océano Pacífico. Una mejora real en la infraestructura y en la gestión del corredor permitiría capitalizar esa complementariedad, reducir costos logísticos y otorgar previsibilidad a proyectos que hoy evalúan sus alternativas de salida con cautela.
No se trata de plantear un escenario ideal ni de anticipar acuerdos que aún no existen, sino de señalar que, por primera vez en años, el contexto político podría dejar de ser un obstáculo y convertirse en una oportunidad. Aprovecharla dependerá de que Mendoza, la Nación y los organismos binacionales logren leer a tiempo que el cuello de botella no está en la cordillera, sino en la falta de decisiones para poner en valor lo que ya está construido.
Informe con puntos críticos
En paralelo, el informe nacional de requerimientos de infraestructura para el desarrollo del sector minero refuerza este diagnóstico y pone el foco, específicamente en Mendoza, en tres ejes pendientes: el fortalecimiento de rutas provinciales estratégicas, la mejora integral del Sistema Integrado Cristo Redentor y el avance del Paso Las Leñas como alternativa de largo plazo.
Este último aparece reiteradamente mencionado en el documento como un proyecto estructural, pero su desarrollo sigue siendo una deuda histórica. El último avance concreto fue la realización de estudios de factibilidad del lado chileno, mientras que del lado argentino ese proceso no se completó. Recién en los últimos meses, y en paralelo al relanzamiento de la agenda minera en Mendoza, el Gobierno provincial solicitó a la Nación retomar el Comité Binacional, un paso necesario pero todavía incipiente para reactivar una obra de esta magnitud.
El informe también menciona al Paso Pehuenche dentro del esquema de conectividad andina. Sin embargo, su utilización como corredor logístico minero masivo presenta limitaciones evidentes. El paso tiene restricciones horarias, un funcionamiento más acotado y un nivel de cierres invernales significativamente mayor en comparación con el propio Cristo Redentor, lo que lo vuelve poco confiable para operaciones que requieren continuidad, previsibilidad y escala.
En ese contexto, si bien Pehuenche puede cumplir un rol complementario para ciertos flujos específicos, no ofrece hoy las condiciones necesarias para transformarse en una salida estructural para la minería mendocina, especialmente en proyectos metalíferos de gran volumen. El diagnóstico que deja el informe es claro: más allá de las alternativas, el corazón de la infraestructura cordillerana para Mendoza sigue estando en Cristo Redentor, con rutas provinciales fortalecidas y una gestión binacional modernizada.
El desafío, entonces, no es menor. Mendoza comienza a transitar una etapa en la que los proyectos mineros ya no se discuten sólo en términos de permisos o impacto ambiental, sino en función de su capacidad real de operar. Y en ese escenario, la infraestructura -rutas, energía y corredores internacionales- deja de ser un complemento para convertirse en el factor que define tiempos, costos y, en última instancia, la posibilidad misma de que la minería se consolide como actividad productiva en la provincia.



























