Hablar de minería es referir a largo plazo. Por lo tanto, ello remite directamente a previsibilidad extendida durante décadas. Hasta aquí, nada que no se conozca de lo que es, ni más ni menos, el ADN de la inversión minera. Si se desea el arribo de capitales, se requiere de políticas de estado llamadas a trascender en el tiempo, más allá de cualquier bandería política. La captación de millones de dólares –cientos, y en algunos casos miles- se sustenta sobre la base de una geología favorable, relación entre oferta y demanda en el tiempo que implique un alza en la cotización de los commodities, pero sobre todo la puesta en acción de un entramado legal sólido que no deje lugar a interpretaciones erráticas. Argentina cuenta con una geología muy favorable, los mercados empiezan a acompañar, y un marco legal atractivo que algunas veces ha sido mal interpretado, por desconocimiento u otras intenciones.
En la reciente suspensión -y posterior reactivación- de las operaciones de Bajo la Alumbrera y Bajo El Durazno nunca se comprobó ningún tipo de degradación ambiental del centro productivo catamarqueño a lo largo de las dos décadas que lleva en funcionamiento. No menos importante, una pulseada judicial puso en jaque miles de puestos de trabajo. Así y todo, el mensaje hacia los inversores no deja de ser confuso con medidas judiciales tomadas en las cercanías de las elecciones.
La Ley de Glaciares es otro paso en incomodar a la industria minera. Y si decimos incomodar no es porque no haya cumplimiento de los más estrictos estándares ambientales y legislación vigente, sino porque la minería es un segmento que puede –y debe ser- escuela en cuanto a preservación del medioambiente para otras ramas industriales. Esto no significa desconocer incidentes ambientales ocurridos, pero sí observar el desempeño de la minería en materia medioambiental en dos décadas. Y, si se llegara a adoptar una postura ortodoxa del concepto “periglaciar”, es necesario remarcar que la mitad de la Argentina caería bajo esa definición.
Es en este sentido que adoptar posturas extremas llevaría a impedir el desarrollo industrial de cualquier región de Argentina donde cayera una simple escarcha. Bajo esta visión dogmática, la pampa húmeda no podría desarrollar todo su potencial en materia agrícola y ganadera.
El ataque sistemático de algunos sectores a la minería argentina es una verdad de Perogrullo. La comodidad de los grandes centros urbanos no permite una cosmovisión de la Argentina, porque en las geografías más agrestes y poco pobladas es donde se ejecuta la industria más federal de nuestro país. Empleo, salarios dignos, desarrollo de economías regionales, aportes en conceptos de tasas y contribuciones a nivel nacional, provincial y municipal, pero sobre todo oportunidades de transformación y crecimiento para los más necesitados de la Argentina profunda son las cartas de presentación de la industria minera.
El fallido intento de reinstalar las retenciones mineras, el caso de Bajo la Alumbrera, y ahora glaciares es la eterna tentación de jugar con esta industria que ha demostrado con creces el impacto en la transformación económica y social. Es imperativo no dejar lugar a este desmanejo que se transforma en una improvisación que puede impedir la llegada de nuevos capitales, con la consiguiente frustración de deseos de crecimiento de miles de personas que no viven en las grandes urbes de Argentina.